martes, 26 de marzo de 2024

EL LIBRO DE LOS LUGARES SAGRADOS

3


Ahora estás 
en la Península, no hay nada atrás
porque la Península es desierto que se adentra en el mar.
Un coito sosegado de agua azul y de tierra amarilla
en cuyos bordes no hay árboles, no hay altura,
no hay perfil, sino el color de lava o de azufre, que pone 
     ese signo despojado 
     como un instrumento quirúrgico primitivo o 
     un arpón o un glande
     en el mar.
No dejás nada atrás.
Mirás una foca cuyos ojos no miran, ven solo
     el mar.
Las focas de lejos son como alga en la orilla.
La piedra se anima.
Las rocas agujereadas se mueven.
Un canino liquen muerde el mar con dientes desvencijados.
Disolución en la espuma, y luego gotas que parecen congelarse en el aire.
Nada queda atrás porque nada se repite. El signo es puro 
y único, el aire es completamente transparente, como si 
     no estuviera,
excepto en las narinas
que se mueven con movimiento de algas
o de focas,
semasiográficas.


Auberbachs Keller
Leipzig, Alemania

2
Entre la lápida de Bach en la iglesia de Santo Tomás
y el Auberbachs Keller, la distancia es corta, y en la taberna
cualquier tarde Mefisto vuelve a montar un barril
mientras afuera llueve o truena o cae una nevada 
en silencio, como cae la nieve.
Mefisto: un espíritu alegre; 
el mal olvidado tal vez en su mente gracias al don del barril, 
en una ciudad que buscaba a Dios en una música que se busca
    a sí misma: un
órgano cuyo sonido hueco emana dones oscuros y claros,
a los que el don mayor hace temblar y volver sobre ellos mismos, 
buscándose otra vez, como cuerpos repetidos y distintos
a los que el atardecer envuelve y borra;
cuerpos en la tormenta, cuerpos embozados en calles estrelladas,
cuerpos yéndose una vez y otra 
y otra. Cuerpos en el ocaso y el alba repetidos y diversos, 
    a impulsos
de una pedalera, unos tubos, una partitura de otro mundo, 
escrita por el hombre pródigo,
de gabán astroso y muchos hijos.


Exaltación de la Cruz
Argentina

3
Los dioses viven de los vivos, pero Cristo vive de su muerte.
Fue la de Dios. Y su resurrección un regreso
que restauró la sacralidad (incluso del pájaro 
que voló unos metros sobre la línea de asfalto
para girar a la izquierda y hundirse en el vapor que sube 
    del pasto).
No hay túmulos por aquí ni cementerios de campo. La
raya blanca del horizonte promete una fría mañana.
Las ruedas sobre el pavimento llevan una marcha algodonosa.
El tablero de mando es como una noche de luces encendidas.


De:El libro de los 
lugares sagrados (Barnacle, 2022)
-Envío de Alberto Cisnero-.
Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949)


Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.







 

sábado, 23 de marzo de 2024

DE STATION ISLAND (1985)


 









2. Vieja plancha


Con frecuencia la observé levantarla
desde donde su cuña compacta montaba
la parte trasera de la estufa
como un remolque anclado.
Para saber, de oído, qué tan caliente estaba,
palmoteaba la superficie de acero
o se la acercaba a la mejilla,
adivinando así el peligro en potencia.
Suaves golpecitos sobre el burro de planchar.
Su anguloso codo con hoyuelos
y su inclinación intencional
conforme conducía la plancha
como un cepillo de carpintero entre las sábanas,
el resentimiento de todas las mujeres.
Trabajar, según aquella embestida sorda,
es poner una cierta masa en movimiento
a lo largo de una cierta distancia,
es impulsar el propio peso y sentirse
exacto e igual a él.
Sentirse arrastrado. Y alegre.


Segunda parte. “Isla de las Estaciones”

IX

“Se me secó el cerebro como el pasto disperso, el
 [estómago
Se me encogió hasta parecer rescoldo, se endureció y
 resquebrajó.
A menudo fui perro tras mis propias huellas de sangre
Sobre el pasto mojado que pude haber lamido.
Bajo la cobija de la prisión, una quietud
De emboscada. Me sentí seguro en lo invariable a mi
 [alrededor.
Las luces de las calles se encendían en los pueblos, la
 [ráfaga
De la bomba llegaba antes que el estallido, vi los
 [campos
Que conocía desde Glenshane hasta Toome
Y escuché un coche que pude imaginar, años antes,
Conmigo en el asiento trasero, con cara de novio pálido,
Un hombre herido a punto de algo, vacío y mortífero.
Cuando la policía admitió mi féretro, yo era tan ligero ya
Como mi cabeza cuando tomaba precauciones.”
 La voz de la mala suerte
Y del hambre se desvaneció por el oscuro dormitorio:
Ahí estaba, echado entre una oleada de naipes

 Amontonados a sus pies. Luego, la descarga
De francotiradores en el patio. Vi larva de carcoma
En los postes de las rejas y en las perillas de las puertas,
Olí el tizón desde el establo-desván donde él miraba
 escondido,
Desde los campos por los que el cortejo llevaría su
 féretro embanderado.
Alma intranquila, deberían haberte enterrado
En el pantano donde arrojaste tu primera granada,
Donde sólo los helicópteros y chorlitos
Tocan su música mutilada y el musgo
Puede enseñarte su reposo medicinal, hasta que,
Cuando la comadreja silbe, ninguna otra
Obedezca su llamado.
Soñé y me dejé ir. Todo parecía en vano,
Un remolino asqueroso, una brillante inundación,
Un extraño pólipo que flota cual gran magnolia en flor,
Corrupta, surreal como un pecho derramado,
La suave intimidad de mi disgusto, blanquísimo y a flor
 de piel.
Y grité entre aguas nocturnas: “Me arrepiento
De esta vida sin destetar que me mantuvo aquí
Para andar sonámbulo, lleno de disimulo y
 desconfianza.”
Luego, como un pistilo que brotara del pólipo,
Un cirio encendido surgió y se alzó
Hasta que todo aquel brillante mástil restaurado,
El curso y las corrientes en que había fluido,
Lograron salir a flote. Al fin, olvidada la deriva,
Mis pies tocaron fondo y revivió mi corazón.
Entonces, algo redondo y claro,
Levemente turbulento, como la piel de una burbuja
O una luna en el suave oleaje de aguas lacustres,
Se elevó en un espacio de telarañas: el derretido
Resplandor interior de un instrumento
Revolvió sus convexas y pulidas superficies
Sobre mí, tan cerca y tan brillante
Que la cabeza se me fue yendo hacia atrás.
Y luego llegó la claridad del despertar
A la luz del día, y una campana y llaves de agua
 [abiertas
En la habitación contigua. ¡Aún estaba en su lugar!
La vieja trompeta de cobre con sus válvulas y llaves
Que una vez encontré en el desván, un misterio
Que guardé con celo desde entonces, pues pensé que tal
 hallazgo me rebasaba por completo.
“Me repugna la rapidez con que supe cuál era mi lugar.
Me repugna mi lugar de nacimiento, me repugna
 todo aquello
Que me ofreció al mejor postor y me volvió anacrónico”,
Mascullé ante mi rostro a medio arreglar
En el espejo para afeitarse, como algún borracho
En una fiesta que fue a dar al baño,
Tranquilizado y rechazado por su propia imagen.
Como si el montón de piedras pudiera desafiar a la señal
 hecha con él.
Como si el remolino pudiera modificar el espejo de agua.
Como si una piedra bajo la cascada,
Erosionada y erosionándose en su lecho,
Pudiera pulverizarse hasta llegar a un núcleo diferente.
Luego pensé en la tribu cuyas danzas nunca fallan
Porque siguen y siguen hasta poner el ojo en el venado.


UN ARTISTA


Me fascina imaginar su cólera.
Su obstinación ante la roca, su contención
de la sustancia de las manzanas verdes.
El modo en que supo ser perro ladrando
frente a su imagen ladrando.
Y su odio por la propia actitud
ante el único trabajo que merecía la pena,
la vulgaridad de esperar si acaso
gratitud o admiración, significado
al fin de un robo de sí mismo.
Y el modo en que su fortaleza se erguía,
segura de estar haciendo lo que sabía hacer.
Su frente como una boule arrojada,
surcando el incoloro espacio
tras la manzana y la montaña.



Seamus Heaney (Irlanda; Castledawson, Reino Unido. 1939- Dublin, 2013)
(Traducción de Pura López Colomé)
UNAM, 2013




sábado, 16 de marzo de 2024

POESÍA INÉDITA












La libreta de bolsillo

Las otras noches, 
en la soledad del café,
después de hojear el diario y vaciar mi pocilio,
extraje, distraído, la pequeña libreta
en que anoto las direcciones
y los nombres de amigos y conocidos,
como se acostumbra en toda gran ciudad,
donde los signos, las útiles convenciones
sustituyen a los árboles y las estrellas
que orientan en el campo nuestros pasos.
Comprendí entonces que en libreta auxiliar
pese a sus frías referencias, es mi concisa historia,
pero está vieja y colmada de señas
de modo que deberé reemplazarla
por si el porvenir aún me trae
personas o lugares agradables.

(Al principio con aire negligente
sin buscar nada preciso
y después con espíritu (ánimo) curioso).
Repasé sus viejas páginas,
escritas por mi mano y que conservan
informes? que asenté hace muchos años.
Estas hojas descoloridas y atestadas
ya no permiten que el mundo irrumpa en ellas,
y si en verdad se agotaron antes que mi vida,
deberé acudir a otras,
por si algo me acontece todavía.
Mi lectura abarcaba muchos años,
y así pude dar con gentes inciertas,
como quien vuelve por un camino oscurecido.
Nombres casi olvidados, señas de casas 
que visité sin dudas, hoy no me dicen nada: 
quedan en el papel, no en la memoria.
(las retiene un papel?).

Aquí hay un Alberto Amable que se borró por completo;
quizá era el traficante en libros
que mantuvo trato conmigo
pero del que nada recobro,
y también doy con Laura,
la muchacha que anduvo por mis años
a quien yo saludaba y única,
hay apenas palabra sin imagen,
pues todo lo olvidé, y ni siquiera
me es dado reconstruir su rostro lejanísimo,
que se suma a este séquito de sombras.

Incluye mi lista un Abelardo; 
pienso en aquel risueño condiscípulo.
Esto es cuanto persiste de aquel lejano amigo, 
al que hace 30 años vi por última vez, 
y de quien no recuerdo (retengo) ningún (rasgo) distinto, 
salvo su fuerza y su audacia en el gimnasio, 
cuando dejábamos las atentas clases.
Aquí hoy... no (recobro) otra cosa de aquel lejano amigo.
No sé quién puede ser este Julio insondable,
ahora convertido en inútil palabra;
sospecho que el excéntrico, estudioso muchacho,
que anduvo extintos reinos, brilló en antiguas guerras,
y aplicado a la historia, ensueño hereditario,
rechazó a la concreta joven que lo quería
pues se había enamorado de Diana de Poitiers.

Inocentes, precarios, distraídos, y nostálgicos, 
quienes están ausentes de mi vida 
sin puñales me apagan y destruyen, 
pues también su memoria, como es inevitable, 
está llena de muertos insepultos.
Así, mientras repaso tantos nombres ociosos, 
cuyos dueños salieron de mi ámbito, 
pienso que unos son polvo pero que otros 
perduran como intrusos en el mundo, 
a la vez que vivientes (extinguidos), 
desvanecidos, sueltos, vaporosos.

Nada puedo decir, tampoco, de Rolando,
de modo que deberé borrar su nombre vano (inútil).
Algo vuelve de él, ya sé, queda alguna huella (algún rastro), 
y es el hecho mortal que presenció en el campo, 
cuando era el más alegre de la fiesta.
Recuerdo que furioso y absurdo en su justicia, 
mató al caballo que arrastró una legua 
a su agónica hermana (novia) pisoteada.
Sólo esa tarde negra, el resto se me escapa; 
su voz y sus facciones se perdieron.
(Aquí hay gratas personas cuyos rumbos ignoro, 
pero que muchas veces caminaron conmigo).

Residuos, letras vanas, precisiones sin nadie, amigos misteriosos.
Tendré que desecharlos cuando lleve
a una nueva libreta las señales
de los que reconozco y puedo ver. Entonces
quedarán muchas páginas en blanco,
tan despobladas como el presente del viejo.
Seré en ese momento el capitán que vuelve 
de la batalla, y al frente de los suyos 
hace, grave, la cuenta de las bajas.
Amigos invisibles y rostros olvidados, 
cuántos sepulcros, digo, cavamos en nosotros.
Yo también seré un nombre sin sentido 
en la libreta de otro, que algún día 
habrá de suprimirme con una tachadura.


(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)


Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)
Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.





 

miércoles, 13 de marzo de 2024

POEMAS EDITADOS EN REVISTAS Y OTRAS PUBLICACIONES


Soledad

Aspiro el ramillete de los años 
y siento que estoy muerto en cada olvido.

Mis apariencias todas se gastaron, 
alguien se iba de mí cada crepúsculo...

En mis tiempos marchitos hubo puertos, 
y pañuelos vehementes se alejaron...

Desconocidas gentes han partido 
del fondo de mi ser ya devastado.

Me quedé en la efusión de cada abrazo 
y en los adioses laxos y secretos.

De improviso me vi como un extraño, 
con mi presencia inexplicable y sola.

Lo ausente habla un idioma que no alcanzo. 
Inútilmente dóblanse las tardes...

Nos vamos deshaciendo en los olvidos, 
ya dispersé el recuerdo como un ramo.



A una adolescente


Mides con pies ligeros las hazañas de octubre, 
mientras cantan los ríos semejantes a tu alma.
Los jardines del tiempo te destinan el hombre, 
pero aún no conoces tu diadema de fuego.

El confuso prodigio cubre de suaves lanzas 
los caminos desiertos donde empieza la rosa, 
y bajan grandes lunas a regir tus silencios 
cuando los humos graves del oeste se anuncian.

Nadie sabe la dulce, tenaz soberanía 
de esa rosa vehemente que se forma en tu sueño, 
ni el ansia de tus manos que palpa el mañana, 
ni el destello que ahora te construye por dentro.

En los hondos períodos del valor y la gracia, 
eres como la sombra celeste del futuro, 
pero en tu pecho alienta lo que nunca ha empezado 
y sólo el alba es huésped de la boca que espera.

Soles falsos y espléndidos vuelven a tu ternura, 
y eres el verso vano que busca un labio adicto, 
y la flecha sin arco, y el fuego dedicado 
que se agota por ser un orden quieto y puro.




Donde se habla de un gran río

a los poetas Francisco de Quevedo y Manuel de Labardén
En su errabundo ser está el silencio,
un anhelo callado que sin embargo supo
caminar como el hombre;
es el mismo silencio que estuvo en otros siglos,
pues sólo mueve el tiempo las cosas perdurables
que se ocultan o muestran en la trama
de los cuatro elementos.

Lo vi en fogosos meses y en la triste 
penumbra de los junios entrerrianos; 
lo supe luminoso y también lóbrego 
-según lo quiso el cielo-
bajo los soplos húmedos que extienden por las costas 
una desolación ensimismada.
Anduve sus ramales de agua larga 
y conocí sus islas escondidas, 
donde se asienta una quietud arisca, 
tan sólo perturbada por la fugaz dulzura 
de algún canto perdido en la maleza.

Viene con paso grave como tanteando el Sur, 
sensible a los colores que encuentra en su camino, 
pero un afán antiguo lo ensombrece, 
y acaso nos pregunta sin descanso 
por pueblos ya sepultos.

Siempre la soledad en las riberas, 
y aquella luz como extrañada en lo alto, 
y el follaje que es otro y es el mismo 
junto al agua que pasa y que perdura.
Hace años que estoy lejos de ese esplendor silvestre: 
en vano mis palabras lo convocan.

Una vez yo viví sobre las costas 
del poderoso río que visita naciones, 
y trabajando en la semilla oscura 
concibe prados y levanta bosques.
Supe, así, la delicia retirada 
de unos dulces lugares, 
el abandono inmemorial, la sombra 
de juncales y ceibos en las altas barrancas, 
y el movimiento del caudal que apenas 
nos deja vislumbrar la opuesta margen 
tras su acostado brillo.
Viajé a lo largo de ese dios benigno.

Todo lo imaginó como si fueran 
su proyección las tierras que atraviesa 
y su progenitura cuanto mira: 
las provincias, las selvas, los afluentes.
Pasa con mansedumbre, pero a veces 
un exceso de fuerza lo conturba, y entonces 
su enojo tumba troncos seculares 
y mata los pacíficos ganados.

En la calma, su tersa fantasía 
juega con el espectro de las cosas.

Me acuerdo de una tarde en que volvía 
por sus aguas, del pueblo a la ciudad.
Tan claros como el cielo parecían los hombres.
Desde un barco vivaz, bajo el otoño
que se aquietaba en tierras litorales
con sus íntimos oros mortecinos,
entre la espuma rápida y en la mitad del río,
oí la voz de un rey
que hablaba desde su isla ensangrentada 
anunciando el silencio de las armas, 
porque la paz de nuevo relucía 
-así le dijo al mundo-
sobre los continentes y los mares.
Aquel señor cetrado y lejanísimo, 
cuya palabra recorrió el planeta, 
honró a quienes no vieron la victoria.
Recuerdo la luz fina de esa tarde, 
pues también fue ventura, 
en nuestro corazón celebratorio.

El alma anduvo a gusto por sus gratas orillas. 
Pero quiero decir para decirlo,
-Oh Paraná callado, como todo lo eterno-
que en una suerte de éxtasis huraño 
persiste allí el sosiego de unos rincones últimos, 
con la cerril corona de su fronda
casi dormida sobre la vigilia
de la suave corriente. Allí la gracia
del pájaro dichoso que indaga el firmamento,
el rumor repetido de los remos,
y después de las aguas y los árboles,
la pródiga presencia del agua y de los árboles.
Bueno es quedarse a contemplar su andanza.
Busca, ansiedad continua, su propio ser, y lleva
algo nunca tocado por los años,
algo que por secreto se diría
la honda voz que nos llama desde un sueño.

¡Qué suerte! Su agua lenta nos agasaja el alma 
y es voluntad abierta que discurre 
enterneciendo campos y personas.
Cumple labor sutil, como si fuera 
una luz y un afecto de la tierra, 
un modo de empezar el suelo inerte 
a sentir la inquietud de los humanos.
Nos invita al olvido, pero siempre es amable 
su tarea de flores y trigales.
Quizá yo vuelva a verlo.

(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)

Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)

Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.
IMAGEN; "Julia" pintura de Cesareo Bernaldo de Quirós



 

sábado, 9 de marzo de 2024

CONOCIMIENTO DE LA NOCHE (1937)


 










La rosa infinita

Había una niñez, unos jinetes y árboles 
-también sus cariñosos-, 
un portal conocido por sus flores, 
algún brazo aquietado entre perfumes 
y la sombra central de la madre.
Las miradas seguían 
el tránsito dichoso de la aurora 
y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro 
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte 
que a través de los años sostenía 
los bienes de la casa.
Recuerdo la escondida frescura del aljibe: 
en su hondura temblaban nuestras risas 
y un eco mas profundo tenían las tormentas.
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable, 
ensalzaba los montes natales.

Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo. 
Había claras mañanas, sucesos de esplendor, 
atravesadas siempre de carros y silbidos, 
y en el umbral alguno se tardaba, 
callado frente al pueblo
y admirando a esos hombres que entraban con un canto 
en que había una morocha prendada de un paisano.

Esto era en la provincia, 
en la infinita rosa donde se holgó la infancia.
El campo se daba a la brisa 
y el alba era cantora 
en los árboles del fondo de la casa.
Las crecientes, los soles, las incansables aguas 
conmovían al viejo vecindario, 
y el hombre trabajaba con dulzuras 
en aquella quietud de esplendores durables.
(En todo lo que diga estará el cielo, 
pues era en la provincia, 
las bandadas cruzaban una luz melodiosa 
y eran los años vueltos hacia el campo).

En los desnudos brazos que el verano vencía 
jugaban los reflejos 
y vi pasar la imagen de la siesta.
Las calles empezaban con sol y jovencitas.
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes.
Entre buenos recuerdos viene un hombre del monte. 
Y no quiero olvidar esos rosales 
en cuya hondura generosa 
nosotros y los pájaros andábamos.

Había una niñez, una fronda y sus amigos, 
luces a las personas semejantes, 
una boca pesando virtudes y pecados, 
y en el invierno, el reino 
de los cantos distraídos.

Aquí rememoro un galope 
cortando la sensible medianoche 
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría. 
También las sucesiones afectuosas 
de los brazos ligados, 
y las glicinas, en el segundo patio, 
junto a la cadena del pozo, 
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras 
para ayudarlo a Dios.

Por las tardes, el habla lenta del padre, 
que andaba por el campo 
y que volvía convocando la cena.
Después, con la luna sobre el pueblo, 
descansando en los crespos corredores, 
nos explicaba el cielo.

Perdurando en los patios, las conocidas voces. 
Bajo el aire sereno, 
una mano sosteniendo la dicha;
cada uno combatiendo por sus angeles, 
y flores por fragancias agrupadas 
prolongaban las imaginaciones 
y la vaga riqueza de los sueños.
Cerca, el dormido río, 
y la verde cintura que aromaba 
la población, perdida en esa gracia.
El cielo, vecindad; el campo, al lado.
La calandria y la flor del espinillo 
fueron el horizonte de aquellos suaves años. 
Y campanadas lentas, 
en la suspensa tarde del domingo, 
confirmaban la paz de nuestras almas.

Había una niñez, un silencioso y pájaros. 
Lejos, la queja errante del ganado, 
que llegaba en la brisa pordiosera, 
y la noche de trébol asomando 
por la adversa maraña que tupía 
las afueras con muerte y con guitarras.
(Y nada más había: yo y esto que nombro). 
El amparo de todos era un árbol sombrío; 
la campaña, el regalo de los hijos varones. 
La calle polvorienta nos dio gozado riesgo. 
Y en el dormido pueblo 
un silencio más grande recibía 
las risas y los juegos.
Yo no era el más alegre de los cinco.

Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo, 
y recuerdo un anónimo galope 
retumbando en el largo anochecer.
Entonces, yo decía: 
es alegre vivir en una estancia 
y pasar temporadas en el monte.

Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando 
el claro movimiento de los días.

(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)

Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976

Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.

IMAGEN: Pintura de Cesario Bernaldo de Quirós. 





miércoles, 6 de marzo de 2024

TIERRA AMANECIDA (1926)

 


Posesión de un minuto


Calma de oro me ablanda los sentidos. 
El gramillal mojado, el aire nuevo.
La quietud es más honda que una dicha, 
y rema en agua de horas mi silencio.

En medio de esta noble venturanza 
mi desnuda nostalgia tizna cielos.
Cargo un alma confusa de caminos... 
Pero alguien me perdona desde lejos.


Madrugada

La aurora se levanta risueña como un chico.
El sol publica y abre llanuras y distancias.
De las barbas gauchescas de los sauces escapan 
como frases serenas las primeras bandadas.

Me siento rico en cada yuyito o flor que veo.
La mañana es ferviente como un grillo sonoro.
Voy paciendo emociones... 
¡Salud, señores pájaros! 
Sacuden horizontes los vientos de mi gozo.


Retorno

Feliz como un señor que busca el sol 
entre arboledas que desgajan cantos, 
así he de recorrer esos parajes 
donde la soledad, patrona de almas, 
y la quietud, se alargan como besos. 
Todo esto fue sencillamente hermoso. 
Hambriento el corazón entonces iba... 
Generosa como un balcón subido 
izó mi fe su elástico entusiasmo.
No era mucho el silencio por mis cauces.

Y bien encaramado en las jornadas 
salí de los minutos suelto en júbilo. 
Parejo y persistente en mi igualdad 
como la estrella es persistente en luz. 
Árbol, alta vehemencia del paisaje, 
a su vera pasé rodando lunas.

Mide nuestra vejez el recordar.
Bien sentí que cerraban como llagas 
los ciclos realizados, en mi pecho.
Pues que somos tal vez una costumbre 
de eternidad, reviviré comarcas.
He de volver sin rumbos ni momentos. 
Viento tirante, banderín del mundo, 
flamearás mi alegría.

(Del libro "Mastronardi -Obra completa",
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
2010)


Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976)

Pueden LEER la biografía en entrada anterior del autor.

IMAGEN: Pintura de Cesario Bernaldo de Quirós. 






viernes, 1 de marzo de 2024

ALGO QUE TE CONCIERNE

 



ALGO QUE TE CONCIERNE


De aquella congregación amable
que ocurrió en Basilea o quizás en Bolonia,
una noche generosa
en rostros, en palabras, en señores insignes
que el acaso juntó por un momento,
todo se ha borrado,
como si las vidas y las circunstancias
y esa misma noche que digo,
no fueran otra cosa
que la trama deshecha de un sueño
fraguado por un dios que nos devora
y que en aire y humo se complace en plasmarnos.
Así, de ese encuentro de sombras corteses,
tan incierto que ya no recuerdo su lugar ni su tiempo,
y cuya condición menguante
es la de todo aquello que se funda en las formas,
en los acuerdos exteriores,
y no en la intensidad que nos construye,
ada me queda, nada sobrevive,
excepto tu pensado rostro.

Puesto que de fervor está hecha la sustancia
de cuanto existe, de aquellas vagas horas
en que sin verse se rozaron muchos,
sólo rescato una persona clara,
y así vuelve a ser vívido el momento remoto
que busco y que persigo con palabras:
entre un fulgor de vasos y perdidos
en la sensible música que engendras,
unos mansos fantasmas, acaso sin saberlo,
se estaban despidiendo para siempre.
Bien lo comprendes:  la dispersión propia de un  sueño:
sin embargo, no es todo un callado naufragio
porque la realidad con tu recuerdo empieza.
Se apagaron los hombres y las luces,
pero una luz más firme le dispensa
continuidad al alma retraída
y una fiesta más honda en mí perdura.
Ahora, en la quietud de la alta noche
bebo el café y doy con una página
donde leo que el Amor filosofa,
porque el eros, a diferencia del ignaro,
busca lo que le falta,
sospecha claridades que están lejos
y pide esencialmente la belleza.

Dejo el antiguo texto. Es tarde. Me devuelven al mundo
el poder inmediato de la noche
y el viento que en los árboles insiste.
Ya han de andar las abejas sobre jardines jónicos.
El tiempo se remansa bajo la intensa lámpara.
Yo escribo que te quiero.

Semejante a una ternura antigua
regresa al habitual carro del alba,
como si fuera el eslabón que salva
la persistencia, el orden de este mundo.
La ciudad duerme bajo la lenta lluvia.
Suena un vago reloj en el piso de arriba.
Vuelvo a mí mismo, a verte.
 

(De  su último libro: Siete Poemas -1963

Carlos Mastronardi (Gualeguay, Entre Ríos, 1901- Buenos Aires,1976.


Pueden leer la Biografía en entrada anterior del autor.